Cuando se trabaja desde el modelo de la “terapia familiar sistémica”, el poder contar en las sesiones con toda la familia (o parte de ella) facilita ver más allá de los síntomas del paciente, entendiendo que la familia es un sistema en el que todos los miembros están conectados y se influyen mutuamente.

En muchas ocasiones, una persona dentro de la familia empieza a mostrar síntomas (ansiedad, depresión, conductas desafiantes…) y es etiquetada como “el problema”, cargando toda la “culpa”. Así, este enfoque terapéutico permite desculpabilizar y enriquecer a todos, entendiendo que los síntomas pueden estar expresando algo más (tensiones, duelos no elaborados, secretos familiares, patrones de comunicación que se repiten…), siendo una señal de que algo en el sistema familiar necesita atención o cambio, y que es más útil que observemos entre todos qué está pasando y cómo podemos afrontarlo juntos.

Gracias a la terapia familiar podemos:

• Mejorar la relación entre los familiares.
• Crear un ambiente familiar más afectivo y comunicativo.
• Resolver o reducir los problemas de convivencia.
• Ayudar a que cada persona tome acción y responsabilidades de cara a sí mismos y al sistema familiar.
• Establecer límites que fomenten una mayor autonomía.